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Comida emocional

Imagínate que te acabas de pelear con tu mejor amiga o con tu pareja, estás enojada, te diriges a la heladera por un helado de chocolate comes un par de cucharadas y te sientes un poco mejor, aunque aún las lágrimas estén en tus ojos.

Comer emocionalmente es el uso de los alimentos como forma de afrontar las emociones en lugar de calmar el hambre. A todos nos ha pasado alguna vez, cuando nos hemos acabado una bolsa entera de patatas fritas sólo por aburrimiento o hemos devorado una galleta tras otra mientras hincábamos los codos ante un importante examen. Pero cuando se hace habitualmente puede afectar al peso, la salud y el bienestar general.

No hay mucha gente que haga la conexión entre el comer y emociones. Pero entender qué desencadena la conducta de comer emocionalmente puede ayudar a seguir los pasos necesarios para dejar de hacerlo.

Uno de los principales mitos sobre comer emocionalmente es que lo desencadenan emociones negativas. Sí, es cierto que la gente a menudo se refugia en la comida cuando está estresada, se siente sola, triste, ansiosa o aburrida. Pero comer emocionalmente también se puede asociar a emociones positivas, como el romanticismo de compartir un postre en el día de San Valentín o la celebración de un banquete en un día festivo.

A veces comer emocionalmente se asocia a acontecimientos vitales importantes, como una muerte o un divorcio. Pero más a menudo son los innumerables y pequeños estreses cotidianos los que hacen que las personas busquen consuelo o distracción en la comida.

Los patrones de comer emocionalmente se pueden aprender: un niño a quien siempre se le da un dulce tras un logro importante puede crecer utilizando los dulces como recompensa por el trabajo bien hecho. Un niño que recibe galletas por dejar de llorar puede aprender a asociar las galletas al consuelo.

No es fácil «desaprender» los patrones de comer emocionalmente. Pero es posible. Y el primer paso consiste en tomar conciencia de lo que está ocurriendo.

Todos tenemos nuestros propios alimentos consuelo. Curiosamente, pueden variar en función del estado de ánimo y el género. En un estudio se detectó que la gente contenta parece preferir comer alimentos como la pizza, mientras que la gente triste prefiere el helado y las galletas. La gente aburrida se muere por devorar alimentos salados y crujientes, como las patatas fritas. Los investigadores también constataron que los hombres parecen preferir los alimentos consuelo calientes y caseros, como los filetes de carne y los guisos. Las mujeres prefieren el chocolate y el helado.

Hasta cierto punto, todos somos comedores emocionales. Pero en algunas personas comer emocionalmente puede ser un problema real, al provocar aumento severo de peso o ciclos de atracones y dietas draconianas. El problema de comer emocionalmente es que, en cuanto acaba el placer de comer, las emociones que lo desencadenan permanecen. Y a menudo te sientes peor por haberte comido la cantidad o el tipo de alimento que has ingerido. Por eso ayuda tanto conocer las diferencias entre el hambre física y el hambre puramente emocional.

Puedes formularte estas preguntas sobre tu conducta alimentaria:

  • ¿He estado tomando porciones más grandes de lo normal?
  • ¿Como a horas poco habituales?
  • ¿Siento una falta el control con respecto a la comida?
  • ¿Estoy ansioso o nervioso por algo, como mi escuela, una situación social o un acontecimiento donde me van a evaluar?
  • ¿Me ha ocurrido algún acontecimiento vital importante que me está costando mucho afrontar?
  • ¿Tengo sobrepeso o soy obeso, o ha aumentado mucho mi peso o mi índice de masa corporal (IMC) recientemente?
  • ¿Hay otras personas en mi familia que utilizan la comida para afrontar sus emociones?

Mas respuestas   afirmativas puede significar que no puedes manajar tus emociones   de manera decuada.

Puedes preguntarte, ¿eres de los que llegan a casa por las tardes y automáticamente se dirigen a la cocina? Detente y pregúntate: «¿tengo realmente hambre?» ¿Notas los típicos ruiditos del hambre en el estómago? ¿Te cuesta concentrarte o estás irritable? Si estos signos apuntan al hambre, elige algo ligero y saludable para matar el gusanillo hasta la hora de cenar. ¿No estás realmente hambriento? Si la tendencia a refugiarte en los alimentos a la vuelta de clase se ha convertido en parte de tu rutina, piensa en el porqué.

Consejos

1. Explora por qué comes y busca una actividad sustitutiva.

2. Escribe sobre las emociones que desencadenan tu conducta alimentaria. Una de las mejores formas de hacerlo es llevando un diario sobre tus estados de ánimo y tus comidas. Anota qué comes, cuánto y cómo te sientes mientras comes y si estabas realmente hambriento o solo has comido para consolarte.

3. Haz una pausa y «tómate cinco minutos» antes de refugiarte en la comida. Demasiado a menudo, nos pasamos el día a prisa y corriendo, sin registrar absolutamente nada en nuestro interior. En vez de comer cuando entres en tu casa, tómate unos minutos para hacer la transición de una parte del día a otra. Revisa las cosas que te han ocurrido ese día. Admite cómo te han hecho sentir: ¿contento?, ¿agradecido?, ¿entusiasmado?, ¿enfadado?, ¿preocupado?, ¿celoso?, ¿excluido?

4. Pide ayuda,   muchos de nosotros seguimos necesitando ayuda para romper el ciclo de comer emocionalmente. No es fácil, sobre todo cuando el hecho de comer emocionalmente ya ha provocado problemas de sobrepeso y de autoestima. O sea que no intentes hacerlo todo tú solo, no es necesario.

Los consejeros y terapeutas pueden ayudarte a afrontar tus emociones. Los nutricionistas pueden ayudarte a identificar tus patrones alimentarios y a seguir una dieta mejor. Un entrenados físico pueden guiarte para que las sustancias químicas corporales que te hacen sentir bien se activen a través del ejercicio en lugar de a través de la comida.

Fuente: kidshealth.org

Un comentario en «Comida emocional»

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